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viernes, 24 de junio de 2016

La destrucción creativa de la innovación y el desempleo tecnológico


Interesante y sustancioso artículo el que firman Gregorio Martín y Adolfo Plasencia en el último número de Claves. Bajo el título Digitalización y desaparición de empleos, se plantean cuestiones de fondo sobre el cambio que venimos experimentando cada día en la última revolución del conocimiento.

Ahora que los grandes medios quieren acercarse a las redes (14 años después) con más campañas publicitarias que voluntad real, el proceso frenético de innovación tecnológica continúa su camino hacia lugares desconocidos, dejando un reguero de profesiones obsoletas, instrumentación inútil y políticos que parecen vivir todavía en el medievo.

Tres momentos históricos de irrupción de la tecnología: máquina de vapor (1750- 1830); electricidad, motor de explosión, agua corriente, entretenimiento y telecomunicaciones (1870- 1900); digitalización (comenzado en 1960). Keynes, en su Teoría General de 1931, escribe: “Estamos siendo afectados por una nueva enfermedad de la que quizá el lector no haya oído el nombre, pero del que se hablará mucho en los años que están por venir- a saber-, el `desempleo tecnológico´. Esto significa que con el desempleo debido a nuestros descubrimientos de maneras de economizar el uso de mano de obra, dejaremos atrás el ritmo en el que ahora podemos encontrar nuevos usos para el trabajo”.

El término “destrucción creativa” viene con Schumpeter, que lo utiliza para referirse al proceso de innovación que acompaña a la irrupción de una nueva tecnología. Enunciados para los años 40, hoy el mundo tiene más de 7.000 millones de habitantes, con 3.200 millones bucando empleo frente a una oferta de sólo 1.200 millones.


Así, la digitalización se produce aún con las reglas de la economía física. Mientras las anteriores revoluciones tecnológicas incidían en lo material, la que hoy vivimos es sobre todo conocimiento, información y servicios, frecuentemente gratuitos, además: al aplicar normas pensadas para productos físicos, estas no prevén lo digital, mostrando carencias para normalizar la nueva ola de productos y servicios (como ejemplo, la vida fiscal de los grandes de Internet, que los organismos tradicionales parecen incapaces de enfrentar).

En la primera década de nuestro siglo, entre USA y Europa, más de un millón y medio de personas dedicadas a labores de secretariado, han sido sustituidas por la utilización de software y redes. La eliminación de intermediarios (un caso paradigmático es el consumo audiovisual) intensifica la autogestión, y viceversa. Estrategia de los grupos empresariales dependientes de aquellas cadenas de distribución: multar, criminalizar y negar una realidad cada vez más evidente.

Al mismo tiempo, va cambiando también el concepto de empleo, en lo que se refiere a un sueldo, horario y organización propios de una industria: estamos ante una ola de trabajo no reglado, nacido sin estar fijado a empresas ni figurar en estadísticas fiscales o de seguridad social (a menos que, prudentemente, el interesado se dé de alta como autónomo). Las tiendas virtuales solo están interesadas en una identidad, no en la radicación del programador. ¿Es “economía sumergida”? Difícil cuestión, ya que usan procedimientos tan legales como ignorados por los sistemas laborales y fiscales de Europa.

A modo de conclusión, el Nobel de Economía Michael Spence, reclama: “Es posible que estemos entrando en un periodo en el que se necesitarán adaptaciones importantes (modelos de empleo, semana laboral, empleo por contrato, salarios mínimos y provisión de servivicos públicos esenciales) con el objetivo de mantener la cohesión social y de conservar los valores centrales de la equidad y de la solidaridad intergeneracional”. Es decir, justo lo contrario de lo que pretenden los diversos poderes desde que las redes comenzaron a filtrar sus datos.

Fuente: YTM

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