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domingo, 28 de febrero de 2016

El drama del desempleo de larga duración




De entre todas las tragedias que una crisis como la actual depara, ninguna se percibe más injusta que la de los parados de larga duración. Mientras el tiempo medio de desempleo en una recesión más ligera no tiene por qué ser preocupante, la prolongada duración de la actual coyuntura hace que cada vez más trabajadores hayan sobrepasado los distintos umbrales a partir de los cuales un desempleado pasa a considerarse de larga duración. Así, una situación que antes de la crisis afectaba solo a poco más de 400.000 personas, el 25% de los desempleados, afecta hoy a casi tres millones, más del 50% de los parados.

En una situación en la que la tasa de ocupación, es decir, el porcentaje de la población adulta con trabajo, ha caído de nuevo por debajo del 60%, el paso a la inactividad indefinida de grandes colectivos de ciudadanos supondría una pérdida irreparable del recurso más preciado con el que cuenta todo país: sus trabajadores.

La pérdida de habilidades laborales asociada al desempleo de larga duración está causando un deterioro del capital humano en España. Este problema se concentra, además, en los grupos de edad más avanzada. Si bien en la franja de entre los 60 y los 64 años, no se considera tan grave debido a la cercanía a la edad de jubilación, el problema para los desempleados de las franjas inmediatamente anteriores es significativo y trágico. A un parado de 55 años le quedarían todavía unos 12 años hasta su jubilación, pero la combinación de su edad con el desempleo de larga duración hace casi imposible su reinserción laboral.

Efecto psicológico.

Además, el cómputo de la base de cotización para la pensión se basa desproporcionadamente en los últimos años de la vida laboral, de forma que quienes no coticen los últimos años percibirán una pensión sensiblemente menor, independientemente de los años que lleven cotizados. Una situación de nuevo injusta que afectará al colectivo con más dificultades para reciclarse.

El desempleo de larga duración tiene dos consecuencias negativas bien documentadas, una de naturaleza psicológica y otra económica o de empleabilidad. En primer lugar los parados sufren fuertes daños emocionales debido a la baja autoestima y a la sensación de no ser útiles para su propia familia ni para la sociedad. El sociólogo Thomas Cottle, de la Universidad de Boston, documenta en su obra Los momentos más difíciles: el trauma del desempleo de larga duración, cómo los individuos, aunque la situación se deba a menudo a circunstancias externas, acaban por internalizar las causas y sufriendo fuertes daños: “El desempleo de larga duración tiene efectos devastadores a nivel físico, psicológico y espiritual”.

Estos daños psicológicos tienden además a empeorar la segunda consecuencia del desempleo prolongado: la cada vez más escasa probabilidad de encontrar un nuevo empleo. Los motivos por los que este fenómeno puede darse son diversos, pero todos ellos están ligados a un concepto hoy clave para la comprensión del comportamiento humano, la “teoría de la señalización”. Esta teoría intenta explicar cómo los empleadores interpretan la poca información que conocen sobre un candidato a partir de lo que dicha información puede sugerir sobre su comportamiento pasado. Así, alguien puede haber perdido su empleo por una circunstancia ajena a su desempeño, pero también existe la posibilidad de que existiese un problema real con su rendimiento o compromiso, lo cual lo pone en desventaja respecto a otros candidatos que aún conservan su trabajo.

Puede también que sea fruto de la mala suerte, que una persona tarde más de un año en encontrar un empleo, pero puede que el candidato no lo encuentre porque su disposición a trabajar y su compromiso no sean sólidos. Es decir, los desempleados de larga duración llevan consigo un estigma laboral que no se deriva directamente de su actitud o aptitudes personales, sino que sufre interferencias a menudo de la situación general.

Todo esto, ya de por sí injusto e indeseable, condena al desempleo a individuos capaces y motivados por el simple hecho de pertenecer al grupo erróneo. El fenómeno, conocido como la “discriminación racional”, ha sido también ampliamente estudiado, y los investigadores han descubierto que se trata de un problema que se retroalimenta constantemente. Es decir, no solo ocurre que el empresario o el empleador puedan formarse un estereotipo negativo a partir de la realidad que acompaña a una persona mucho tiempo desempleada, sino que además esta mayor tasa de rechazo provoca a su vez un efecto perverso: los desempleados perciben que van a ser injustamente tratados en el mercado laboral, se desaniman y comienzan a invertir menos esfuerzo en buscar empleo.

El efecto final de esta rueda es desalentador. Como ha mostrado Rand Ghayad, de la Northeastern University, la probabilidad de encontrar un empleo comienza a reducirse seriamente a partir del sexto mes de paro. El equipo de Ghayad confeccionó 4.600 currículos falsos, que fueron enviados a 600 ofertas laborales distintas, y en los cuales se describían individuos con distintos niveles de formación, experiencia y situación respecto a cuánto tiempo llevaban sin trabajo. Los resultados fueron demoledores: mientras los empleadores respondían al menos a las solicitudes de aquellos con poca experiencia laboral que solo habían estado unos pocos meses desempleados, ignoraban casi sistemáticamente las solicitudes de quienes llevaban ya más de seis meses en el paro. Ni la experiencia previa ni los motivos de la pérdida del trabajo parecían importar; los currículos de quienes llevaban medio año sin trabajar eran automáticamente descartados.


El perfil de los candidatos.

No obstante, aún existe una esperanza para que esta injusta situación comience a cambiar. Algunas de las más importantes empresas de recursos humanos están descubriendo, a partir del análisis de las bases de datos masivas sobre sus usuarios y su historial de empleo, que la situación previa de desempleo, aun cuando se trate de larga duración, no es un buen criterio para predecir la idoneidad de un candidato.

¿En qué medida puede llegar esta nueva corriente a las decisiones de contratación de la empresa española? Si la discriminación basada en el tiempo de desempleo es injusta y además ineficiente, ¿existe algún mecanismo institucional que pueda avanzar en dicha dirección? Lamentablemente, parece que no. La legislación laboral poco puede hacer al respecto; aunque pueda demostrarse que la discriminación basada en la antigüedad en el desempleo es contraproducente socialmente, en la práctica sería imposible demostrar que un rechazo ha sido debido a dicha característica. Además, dado que la propia naturaleza del mercado laboral requiere la confección de un currículum detallado para la búsqueda de empleo, resultaría también imposible impedir que los empleadores no tuvieran acceso a dicha situación.


La solución al problema es, por lo tanto, muy difícil. No existe prácticamente ningún mecanismo institucional, más allá de los incentivos fiscales, capaz de aumentar la empleabilidad de los parados de larga duración, especialmente la de aquellos que superan ya los 50 años de edad. Solo una modernización en los departamentos de recursos humanos de las empresas puede lograr que se valore a cada candidato según su valía y no a partir de una discriminación por la pertenencia a dicho grupo. La responsabilidad no se encuentra, por lo tanto, únicamente en el Gobierno, sino en todos los agentes que toman decisiones de contratación y que no deberían desaprovechar un enorme colectivo de ciudadanos que lucha por reincorporarse al mundo laboral.

Tiempo.



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